Una historia de oscura y sangrienta fantasía épica

El lobezno

Año 996, 6ª era Arryana. Invierno.

Pasaron un par de meses, o eso se estimaba, desde que Khôr tuviera su primera experiencia en el combate. Todavía era un niño, pero eso no le impidió en modo alguno el impulso de unirse al ataque en el que una horda de invasores fue rechazada con fuerza.
Y el pequeño muchacho de melena en corte cuadrado, de tono oscuro, recordando este valor no al alcance de todos, se sentaba escondido entre las piedras sagradas cercanas a los bordes del bosque, viendo a algunas mujeres de la tribu bañándose en un río ancho y tibio, en vez de frío.
Se rumoreaba que bajo la gélida tierra, ardía la sangre de las montañas, y por eso quizá el río era una fuente termal.
Sonreía feliz viendo a las mujeres reírse y jugar con el agua, mientras él se comía un pedazo de carne seca, en su escondrijo.
Recolectaba fragmentos de piedra y los ponía al alcance de sus manos, y de vez en cuando lanzaba las pequeñas piedras al agua y se agazapaba como había visto hacer a un león de las nieves, de modo que las mujeres no veían qué o quién las molestaba.
Khôr se hartaba de reír, pues esta estrategia le servía para hacer que ellas saliesen del río, y podía verlas desnudas de nuevo y al natural, hacerlas volverse para mirar sus pechos, y un sinfín de diabluras. Debía estar con los demás chiquillos, jugando a matar enemigos, practicando lucha con las maestras de su tribu, o partiendo leña, pero no, él ya se divertía a su manera. Y siempre, al atardecer, volvía a casa.
Así pasaban los días, y al hacer el cuarto mes desde que bajó al Llano de los Muertos, un valle con una planicie húmeda donde el chamán de su tribu le inició en un ritual privado con hongos alucinógenos (el joven creyó luchar contra guerreros esqueleto, o bien fueran resucitados mediante nigromancia), Khôr salió de la choza junto a su hermana Midden, que hacía una pequeña estatua o muñeca con tiras de cáñamo, palitos de madera y barro arcilloso.
Olía el aroma de la tarde, frío y pesado, y su padre ultimaba unos asuntos con los demás hombres del consejo del pueblo, en la gran cabaña de madera justo en el centro del lugar.
Vio también cómo se formaba un corro alrededor de algunos de su tribu que venían heridos, con la cabeza rapada y el cuerpo pintado, el cabello en crestas o coletas. Eran los iniciados ese año.
Algunos volvieron heridos, otros medio muertos, algunos muertos del todo y otros que ni volvieron tras una contienda en los límites de las tierras del Cuervo.
Los que habían sobrevivido a la iniciación eran tratados ya como adultos, pues tenían 18 años y habían pasado una prueba de valor, honor y fuerza.
Ya eran guerreros y formaban parte del consejo de la tribu.
Incluso habían chicas, entre ellas una en especial que atrajo la atención del pequeño Cymyr: era una muchacha de unos 16 años, con los ojos azules y el cabello castaño.
Iba pintada con runas de color negro en la bronceada piel y caminaba portando una espada de un filo, totalmente tatuada con una especie de serpientes en la hoja.
Takkan, el padre de Khôr, iba hacia la joven, que le abrazaba al mismo tiempo.
La miró con orgullo.
—Qué grande estás, Sunna. ¡Te has puesto tan preciosa como tu madre, y miras con los ojos de tu padre! ¡Qué gran mujer intentarán ganar en todas las aldeas!—.
—Gracias, tío Takkan… ¡Pero creo que exageras!—respondió ella con una sonrisa deslumbrante.
Sunna, que así se llamaba, clavaba su espada en el suelo y le daba dos besos a su tío.
Khôr casi olvidaba que debía ir a labrar el campo (o lo que quedaba tras un terrible vendaval), así que desapareció de escena. Takkan entraba a Sunna a su cabaña, presentándola a K’niri con un gesto afable, y fue recibida con respeto y adusto cariño. Tras dos besos de bienvenida, la muchacha vestida con pieles oscuras que tapaban lo justo de su torso y bajo vientre miraba curiosa a Aïki, que comía algunos frutos secos. ¿No tenían uno más crecido?
—Sunna, quiero presentarte a nuestros hijos. Éste es Aïki y cumplirá pronto nueve inviernos—.
Ella besó en las mejillas al pequeño Aïki, y Midden entraba en la choza con la muñeca que había hecho por sí misma. La joven Sunna, de rostro broncíneo y redondo, se agachaba para besar también la frente de ella.
—Es Midden, la mediana. Ya tiene diez años. El mayor… ¿dónde?—inquirió Takkan mientras miraba a K’niri, y ésta le respondía casi interrumpiéndole: —Khôr ha ido al campo. Parece poco entusiasmado últimamente, cree que el cuerpo de la Madre se ha vuelto infértil tras el tornado, y que no nos dará fruto alguno—.
—¿Un primo campesino? ¡Eso nunca se ha visto!—medio sonrió la muchacha guerrera.
—En realidad le obligamos o para él no habrá carne. El labrar, aunque no valga para nada al final, templará su espíritu. Khôr nos da muchos problemas a veces, y hemos de encontrar el modo de forjarle, o cuando crezca será un manojo de gruñidos y con un humor horrible. ¡No podremos casarlo, y ya he recibido dos ofertas!—confesó el hombretón, al que criar al mayor le resultaba conflictivo dado el carácter del niño.
Los Cymyr rara vez trabajaban la tierra según la vieja tradición, y eran nómadas hacía varias eras. Extinguían los recursos y volvían a otras tierras o se establecían en algunas deshabitadas, normalmente, si tenían posibilidades de subsistir allí y poder quedarse.
Sunna sabía por dónde quedaban los campos de la tribu del Lobo, pues ella había vivido de muy pequeña con ellos hasta que sus padres se unieron a la del Halcón de las Nieves, que eran los más poderosos, y vivían cerca de Mirryal, una tierra que sólo habían visto unos pocos.
Sin embargo, la influencia de tal tribu, aunque presente en varios sitios, mermaba considerablemente al paso de los años en comparación con el respeto que las demás le tenían a los Lobos.
Mirryal, según decían, sería la capital de Kymirnn, lo más avanzado que habría en tierras bárbaras, y su Kahn, Jhaan-II el Cruel, ejercía su dominio sobre el resto de las tribus con mano de hierro.
En cierto sentido no era un rey de sangre real, aunque entre bárbaros la hubiese de alguna forma… Pero era el más terrible guerrero según el código de las tribus, el que las manda en la batalla.
Por tanto, exigía que le llamasen rey, mas no lo era. Podían rebelarse entre todos, pues uno solo no tenía derecho al vasallaje de otros.
Simplemente, trataban de olvidar el tema, y le presentaban sus respetos.
“Un caudillo con aires de grandeza sería lo más parecido”, pensaba Sunna, que muchas veces se cuestionaba la manera en que las cosas estaban hechas en su salvaje país.
Para el atardecer, Khôr araba la tierra junto con algunos muchachos más, entre ellos uno bastante alto y fuerte, con unos 21 años cumplidos y un tatuaje en el brazo derecho en forma de espinas saliendo de una especie de “M”.
El chico se acercó al más pequeño, a quien que se le había interpuesto un buen pedrusco ante su herramienta, atascada bajo la enorme roca semienterrada.
El fuerte muchacho de cabello negro y ojos azules ayudó a Khôr con el arado y lo desatascó del lugar.
—No sé cómo…—.
—No me lo agradezcas, hijo de Takkan. Sé quién eres, tu padre habló hoy de ti en el consejo—le sonrió el otro nómada.
—Vaya, seguro que no fue bueno lo que dijo. Nunca he podido hacer que esté orgulloso de mí, cree que soy un animal en lugar de un niño—gruñó Khôr entre dientes, mirando de abajo a arriba al muchacho que tenía delante.
—No fue malo ni bueno. Dijo que querías ser un guerrero y que no ibas a ser iniciado hasta… dentro varios años más adelante, como mínimo, aunque tú querías hacerlo con mucho dentro de dos. Hoy ha sido el final de mi prueba, ¿sabes? Y la he pasado con honor. ¡Más vale tarde que nunca! Ahora debería estar en el consejo o entrenándome levantando más piedras, pero me gusta el campo. Sí, los hombres pueden vivir sin tener que matarse, y si esta tierra florece algún día, aprenderemos a amarla mejor que regándola con sangre en cada migración—.
Los ojos de azul hielo del alto joven brillaron con algo que el pequeño Cymyr no sabría comprender, y la sonrisa que le dedicó el otro muchacho no era menos que amistosa.
Quedaron muy entretenidos y hablando de sus cosas mientras araban la tierra, sobre sus sueños, las armas… ¡Las mujeres!
Sunna había llegado al lugar, muy sonriente, poco después del encuentro. Y no tardó en llamar al bárbaro de menor edad.
—¡Khôr!—.
Él se dio la vuelta y advirtió a la muchacha de ojos azules que estuvo mirando mientras los iniciados venían. Sus ojos de oscuro color castaño se entrecerraron, quedando más rasgados que de costumbre. Era tan bella… y con esa espada a la espalda, y la alta cola de pelo en su cabeza daba el aspecto de una reina guerrera.
Le parecía la enviada de un dios para llevarle a su paraíso. Dejó de boquear como un bobo cuando ella estuvo más cerca, y desvió la mirada de los senos de suave curvatura que se mostraban en el escote de pieles que ella vestía.
—Yo soy Khôr, ¿qué quieres de mí?—.
—Soy tu prima Sunna, la hija de Gunan, hermano de tu padre. ¿Quieres venir a la fiesta para recibir a los iniciados? Empieza en un rato y me gustaría conocerte. Hasta hoy nunca nos hemos visto. ¡Tu padre dice que eres un trasto, pero que sueñas con ser un gran guerrero! ¡Quizá aprendas algo de los que ya lo son!—sonrió ella.
De nuevo le deslumbraba el encanto que ella rezumaba por todos los poros de su piel, el brillo de sus ojos, el dorado trigo de su cabellera y su sonrisa blanca y sincera.
—Ah, claro—sonreía Khôr tímidamente, —Ven con nosotros, er…—.
El joven bárbaro de pelo cobrizo miró al otro, la breve pausa pedía el nombre del alto muchacho de cabello largo y negro.
—Rhys— dijo al fin.
Khôr asintió a la cabeza. Los tres caminaron hasta llegar al límite de los campos, entrando en el recinto del pueblo, con sus chozas de madera, si bien algunos aún vivían en yurtas.
Cada palabra de Sunna, pronunciada con ese tono suave y a la vez casi ronco (como es normal en las chicas que van desarrollándose), hacía que Khôr se sintiese como borracho. Se preguntaba una vez y otra, qué demonios le ocurría.
Sin más, se sentaron alrededor de la masiva fogata que brillaba bajo las pléyades, y tras una enorme mesa de tosca madera al frente de la hoguera, vieron a todos los iniciados y no iniciados.
En la enorme mesa, los personajes más representativos de la tribu: Sharn Duhb, el líder, llamado “el Águila”, con su melena canosa y sus músculos prietos en sus brazos. Kroon el chamán-lobo, llamado “el Rojo”, con sus pinturas rojas en la cabeza y la trenza de cabello castaño en lo alto, pues lo demás lo tenía afeitado.
Chruag ‘ Mornann, el chamán señor de los osos, tan alto y fuerte como uno.
Takkan, “el de hierro”, y finalmente Sven el nórdico llamado así en boca de sus enemigos, por provenir de una tierra llamada Aerd aunque se le discutía mestizaje. De ojos azules, con el liso y largo cabello tintado rubio en tiempos que presentía una batalla cercana, su barba presentaba largas trenzas que le caían por el pecho, y había sido aceptado por la tribu cuando era un crío. Sabía muchas historias de héroes y de magia e ingenio, y los niños y los mayores por igual siempre se sentaban a escucharlo.
Los iniciados iban avanzando hacia el fuego, y eran declarados guerreros.
Qué sorpresa para Khôr cuando vio a su prima siendo nombrada guerrera a los 16 años.
Los representantes de la aldea y la tribu dieron un breve discurso a los que serían iniciados dentro de un año, y dicho esto, se celebró una gran fiesta bárbara, tanto para jóvenes como para no tan jóvenes.
Los iniciados eran premiados con collares hechos con dientes, y augurios tan buenos como amargos al haber la lectura en las runas que aprendices de chamán interpretaban.
El joven “lobezno”, cuya melena le caía larga por detrás y a los lados, y su flequillo quedaba recto a un dedo de las cejas, quedó dormido en los brazos de su prima, harto de fuerte aguamiel. Junto a tan valerosa y tierna mujer, siempre que la mirara o desde que la conociese por vez primera, tuvo un certero presentimiento que provocaba un embriagador latido frenético en su pecho. Se veía mayor y poderoso, con la melena bien crecida y el cuerpo de un hombre de espada y martillo.
Porque en ese sueño, aquella noche, se vio a sí mismo en un charco del suelo y tras él rompía una lluvia inclemente entre llamas de fuego: se reuniría la tormenta de acero y formaría parte de ella.

7 comentarios

  1. Eilidh

    A este paso te lo publicas en un día 🙂

    24 agosto, 2010 en 16:08

  2. No creeeeo… sólo quería arrancar un poco. ¡Comenta, comenta! Ah, hay un botón de «Me Gusta» que puedes apretar en caso de que el contenido te mole ;P

    24 agosto, 2010 en 16:10

  3. Eilidh

    mmm tendré que practicar el tiro al botón con el ratoncejo 😛

    27 agosto, 2010 en 13:19

  4. Alyena

    Salvaje… me gusta como todo lo que escribes, pero no lo tenía yo por un borracho!!!
    En serio… muy buena introducción, ahora quiero más… y ya tengo dónde leerlo!!

    17 septiembre, 2011 en 0:15

    • Lo tienes todo, Alyena, y a la vez, no todo ^_^
      Puedes acceder a las crónicas como invitada, o desde el librocara (Facebook) siempre que lo desees. Todas las puertas llevan a este sitio, ¡y descubrirás más cosas que el que era un bebedor desde los 12!
      Aunque seguro que eso ya te lo temías… 😛

      ¡Nos leemos!

      17 septiembre, 2011 en 0:23

  5. Duhr

    A este paso, terminaré leyendo en la plataforma del portal, el autobus urbano, y aunque tenga que ingeniarmelas, por la calle… solo espero no pisar a nadie…. 😛 😉

    28 noviembre, 2011 en 15:16

  6. ¡Jajajajaja! ¡Por eso yo prefiero leer en casa, tranquilamente!
    Nadie corre peligro… 😛

    29 noviembre, 2011 en 16:33

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